La ofrenda a los muertos


José Antonio Robledo y Meza


La ofrenda montada en honor a los muertos, en sí, es un tipo de escenografía donde participan nuestros muertos que llegan a beber, comer, descansar y convivir con sus deudos. La ofrenda del día de muertos es la esperanza viva de convivir al menos por un día con quienes desde lejos, de un lugar muy lejano y remoto, se les permite regresar a la tierra, aquí, a esta tierra de sabores, olores, colores, sonidos y texturas... donde tienen que reaprender los sentidos y experiencias que ya no les son útiles, o al menos, compartir con nuestros elementos, aquellos que seguramente también tuvieron alguna vez como nosotros, y es nuestra forma, única posible conocida, de asegurar la comunión en la festividad.


Por eso el color amarillo de la flor de zempaxochitl, para que puedan verlo con su mínima vista, y es entonces el camino de flores la guía primera que conduce al convite en la casa, donde el altar espera su llegada. Y necesario es también reconocer el olor de la propia casa, para que se sientan a gusto, para que se identifiquen y puedan disfrutar la estancia en el lugar de sus recuerdos. Por eso se recurre al uso del sumerio o incienso, que debe ser encendido desde la propia casa y fundir ambos olores, para luego ser llevado al exterior, y así evitar que se pierda en el camino que ha de traerle de vuelta al hogar. Se dice además que el olfato es el único de los sentidos que se utilizan en el más allá, y se desarrolla para facilitar el regreso guiado por el aroma de la propia vivienda. Pero no es solo el recuerdo de los sentidos y la vida terrena lo que permite la comunión. Es también necesario recordarles el mundo tal y como ellos lo conocieron, el mundo que abandonaron, tan lleno de materia, tan sensorial. Se requiere la presencia entonces de los cuatro elementos con los que todo está formado, en conjunción: agua, tierra, viento y fuego. Ninguna ofrenda puede estar completa si falta alguno de estos elementos, y su representación simbólica es parte fundamental de la ofrenda.


El agua, fuente de vida, en un vaso para que al llegar puedan saciar su sed, después del largo camino recorrido. El pan, elaborado con los productos que da la tierra, para que puedan saciar su hambre. El viento, que mueve el papel picado y de colores que adorna y da alegría a la mesa. El fuego, que todo lo purifica, y es en forma de veladora como invocamos a nuestros difuntos al encenderla y decir su nombre. Luego, presentar los manjares que se preparan especialmente; dependiendo de los recursos y la zona geográfica, rondan los tamales y los buñuelos, el café y el atole, los frijoles y las corundas, el mole y las enchiladas, comida que el difunto acostumbraba. Hay que servir los alimentos calientes, para que despidan más olor, y puedan así disfrutar del banquete.


No puede faltar la foto, el sombrero o la sonaja con la que el bebe no jugó. Calaveras de azúcar con los nombres de los convidados y calabaza en tacha, dulce típico de la época. Imágenes de santos, para que los acompañen y guíen por el buen camino de regreso.


Para los niños, dulces y fruta, para los adultos, cigarros y tequila. Para todos, la esperanza de tenerlos en la mesa una vez más, compartiendo un infinito instante de tiempo, de nuestro tiempo como nosotros al fin lo conocemos...


Elementos imprescindibles en una ofrenda

1) El agua. se ofrece a las ánimas para que mitiguen su sed después de su largo recorrido y para que fortalezcan su regreso.

2) La sal. sirve para que el cuerpo no se corrompa, en su viaje de ida y vuelta para el siguiente año.

3) Velas y veladoras. Es guía, con su flama titilante para que las ánimas puedan llegar a sus antiguos lugares y alumbrar el regreso a su morada. Si los cirios se ponen cuatro en cruz, representan los cuatro puntos cardinales, de manera que el ánima pueda orientarse hasta encontrar su camino y su casa.

4) Copal e incienso. Se utiliza para limpiar al lugar de los malos espíritus y así el alma pueda entrar a su casa sin ningún peligro.

5) Las flores. Son símbolo de la festividad por sus colores y estelas aromáticas. Adornan y aromatizan el lugar durante la estancia del ánima, la cual al marcharse se irá contenta, el alhelí y la nube no pueden faltar pues su color significa pureza y ternura, y acompañan a las ánimas de los niños. En muchos lugares del país se acostumbra poner caminos de pétalos que sirven para guiar al difunto del campo santo a la ofrenda y viceversa. La flor amarilla del cempasuchil (Zempoalxóchitl) deshojada, es el camino del color y olor que trazan las rutas a las ánimas.

Flor de cempasúchil significa en náhuatl “veinte flor”; efeméride de la muerte.

6) El petate. funciona para que las ánimas descansen, así como de mantel para colocar los alimentos de la ofrenda.

7) El izcuintle. Lo que no debe faltar en los altares para niños es el perrito izcuintle en juguete, para que las ánimas de los pequeños se sientan contentas al llegar al banquete. El perrito izcuintle, es el que ayuda a las almas a cruzar el caudaloso río Chiconauhuapan, que es el último paso para llegar al Mictlán.

8) El pan. Elaborado de diferentes formas, el pan es uno de los elementos más preciados en el altar.

9) El gollete y las cañas. Se relacionan con el tzompantli. Los golletes son panes en forma de rueda y se colocan en las ofrendas sostenidos por trozos de caña. Los panes simbolizan los cráneos de los enemigos vencidos y las cañas las varas donde se ensartaban.


Otros objetos para rememorar y ofrendar a los fieles difuntos

10) El retrato. del recordado sugiere el ánima que nos visitará.

11) La imagen de las Ánimas del Purgatorio. para obtener la libertad del alma del difunto, por si acaso se encontrara en ese lugar, para ayudarlo a salir, también puede servir una cruz pequeña hecha con ceniza.

12) Otras imágenes de santos. Pueden colocarse para que sirva como medio de interrelación entre muertos y vivos, ya que en el altar son sinónimo de las buenas relaciones sociales. Además, simbolizan la paz en el hogar y la firme aceptación de compartir los alimentos, como las manzanas, que representa la sangre, y la amabilidad a través de la calabaza en dulce de tacha.

13) El mole. con pollo, gallina o guajolote, es el platillo favorito que ponen en el altar, aunque también le agregan barbacoa con todo y consomé. Estos platillos son esa estela de aromas, el banquete de la cocina en honor de los seres recordados. La buena comida tiene por objeto deleitar al ánima que nos visita.

14) Chocolate de agua. La tradición prehispánica dice que los invitados tomaban chocolate preparado con el agua que usaba el difunto para bañarse, de manera que los visitantes se impregnaban de la esencia del difunto.

15) Las calaveras de azúcar. son alusión a la muerte siempre presente.

16) Aguamanil, jabón y toalla. por si el ánima necesita lavarse las manos después del largo viaje.

17) El licor. Es para que recuerde los grandes acontecimientos agradables durante su vida y se decida a visitarnos.

18) Cruz grande de ceniza. Sirve para que al llegar el ánima hasta el altar pueda expiar sus culpas pendientes.

19) Papel picado. Para adornar el altar; también puede hacerse con telas de seda y satín donde descansan también figuras de barro, incensario o ropa limpia para recibir a las ánimas.


Así pues, si bien la muerte es nuestra condición permanente en escala cósmica el saberlo obliga a la celebración. Celebrar la muerte -que le da sentido a la vida- es dar en el blanco. Es por eso que al mexicano no le produce miedo la muerte y, por eso, con ella vive; tan buena compañía es que hasta quisiera matarla de risa, versos, caricaturas, refranes, música, arte, artesanías y comida… mucha comida. Todo esto es la fiesta mexicana de muertos.